Miradas
I.
Perdidos
por frondosos senderos
entre
lianas de azufre
y
la mentira de las flores
de
amaranta, por entre escamas,
alados
los vientos húmedos
y
el tronco de milenios desgastado, rumiante
de
ecos prodigiosos como sombras inalcanzables.
A
esas raras alturas
donde
el hombre nace hueco
al
asombro de un tiempo sin su carne,
al
milagro universal de su pecho
que
forma ánforas en enhiesto palpitar
sobre
angostas riberas, raspan las manos
el
grano pardo mientras el ojo abovedado
susurra
descensos suaves
al
porvenir de la maleza en terciopelo.
La
simiente adormecida de ardores
sorbe
las orquídeas púrpuras, pende
sobre
su labio en arándanos mudado,
y
por siglos los bejucos serán testigos
al
ritmo de la lluvia marmórea
del
espejismo a veras sometido
por
el legado apurado del espíritu.
II.
Marea
incandescente
que
brota del pardo,
verde
color que cambia
y
derrocha como cascada
el
más bello placer.
Anhelo
en forma física
transformado,
manantial sediento
del
néctar extasiado
de
las corrientes corpóreas,
eterno
glissando de un instante
que
perece en el tiempo
y
en uno transforma las alegrías.
Amoratada
distancia, maldita ausencia,
concatenado
dolor que como polvo moribundo
arrastra
el eje en dudas hacia Albión.
Imploro
el perdón entre tus cabellos.
Estas
marcas se clavan
en
mi cuerpo por ti poseído,
largos
son los despertares
de
la embriaguez,
dilatación
hervorosa,
alfilerazos
en el transcurso del sol,
en
tibias resonancias
que
caminan zafándose de las magnolias
verticales,
y rebeldes sus arcas
como
cataratas vierten místicas
el
licor abundante de los árboles profundos.
La
rueda de lunas durmientes
precisa
holgada determinado azar
de
tus sueños inquietos.
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