El Mundo de Hoy
Reflexión sobre la novela autobiográfica de Stefan Zweig.
Leyendo
a Zweig , el increíble autor con una historia que contar tan fascinante como
aterradora, uno se da cuenta de la indulgencia ante la enmascarada violencia de
estos últimos años, no sólo en Europa, sino por todo el mundo, en Pakistán, en
Siria, en África, en Corea del Norte, en África... la lista es
escalofriantemente larga.
El monumental testimonio que nos dejó
Stefan Zweig en sus memorias contiene momentos que tristemente se asemejan a la
realidad que vivimos hoy en día, no con la misma brutalidad pero si con la
misma inhumanidad. Zweig nos cuenta:
‘Todo esto está registrado no por una
sola persona, sino por las miles que lo han sufrido, y llegará un día en que
una época más tranquila, no moralmente cansada como ya lo está la nuestra,
leerá estremecida sobre los crímenes que cometió un solo hombre, rabioso de
odio, en el siglo XX, en aquella ciudad de la cultura… En 1938, después de
Austria, nuestro mundo ya estaba acostumbrado a la inhumanidad, la injusticia y
la brutalidad que cuanto lo había estado durante siglos. Lo que había ocurrido
en aquella infausta ciudad de Viena antes habría bastado para provocar un
boicot internacional, pero en el año 1938 la conciencia mundial callaba o sólo
se quejaba un poco antes de olvidar y perdonarlo todo.’
Desde el inicio del siglo XX el mundo ha
sufrido unos cambios irreversibles que nos han llevado a la creencia de un
futuro atópico y negro, a unas corrientes donde la libertad individual es
controlada al detalle debido al miedo y a la desconfianza. No se puede negar la
seguridad que los nuevos sistemas nos proporcionan pero atrás han quedado ya
los tiempos en que las fronteras no eran más que simples líneas imaginarias y
no lugares donde importar o exportar a seres humanos como meros objetos que
revisar. Los días que vivimos se llenan de nuevo de tensiones y armamento,
Corea del Norte palpa sus dientes a través de un cristal silencioso, donde es
más noticia aquella opinión de un cómico americano que los verdaderos hechos.
Hoy, donde es más noticia qué llevarán puesto las figuras amorales de moda que
promueven una estética indecisa como ‘trend’ a cambio de chupar del bote de los
verdaderos trabajadores. Hoy, donde todo el mundo quiere ser famoso. Las redes
sociales explotan con breves noticias, capturan al lector pero lo dejan inmerso
en una especie de vacío donde poco se aprende de la realidad. Unas noticias
lejanas, que como ya demostró la Segunda Guerra Mundial, se esconden a trozos
hasta que ya es muy tarde.
La
Unión Europea se desgarra a pasos agigantados y el odio vuelve a sumir a la
humanidad en una triste regresión. ¿Qué hemos aprendido pues, de nuestro
pasado? ¿Acaso no hemos vivido ya años en los que la raza y la clase se medían
con ridículos estigmas inexistentes? ¿Acaso la gente joven, tan atemorizada
porque sabe qué futuro existe en tales ocasiones, no se altera al ver que el
mundo sigue controlado por innobles políticos y grandes empresas? Sabemos, o al
menos intuimos qué nos depara. Pero como los peores conflictos, nuestra
impotencia ante una humanidad de nuevo angustiada, apenas nota que el gigante
de la violencia se cierne como una sombra. La falta de destino, o de historia,
ha frenado las grandes guerras que tanto daño hacen, y como Zweig bien sabía, el
daño se ve en esos pequeños detalles que pasan inadvertidos y acaban por
destruir una comunidad. No, la guerra nunca ha sido necesaria, pero las
respuestas tampoco han sido las correctas. La Unión Europa esconde cobarde su
cabeza ante nuestras desgracias y se deja llevar por el mejor postor.
Pasados épocas de gran estabilidad para
Europa, la información que nos brinda internet es siempre negativa, pues existen problemas como la mutilación
genital, los niños bomba de Boko Haram, las hambrunas y los desastres
naturales, la imperiosa necesidad de cuidar el medio ambiente, la caída
política de las grandes potencias ante la inestabilidad de creencias y la
vulgar e hipócrita apariencia de los gobernantes. Caminamos hacia un destino
donde, si se me permite, veremos que ni los –ismos ni los actuales sistemas de
gobierno pueden ya gestionar un país. Un destino donde empezamos a entender la
importancia de un voto y de una opinión sana y contrastada, donde entenderemos
el peligro subyacente en las políticas y leyes que con tanto esmero han
intentado protegernos. Pero ya no nos fiamos de aquel que vende utopías a la
puerta de casa, pues ahora se necesita más que nada el ver que consecuencias traerán
nuestras acciones. Tan simple como saber que cuando existe la acción, habrá una
reacción. ¿Quién salió a la calle en Estados Unidos, después de no haber
votado, a quejarse de la llegada de un presidente que es liderado de nuevo por
nuestro mayor enemigo, las empresas y los negocios, y por ende, la guerra? Está
claro que en Estados Unidos no había opciones para votar; los dos candidatos se
ofrecían como paladines del pueblo mientras que deberíamos saber que nuestro
voto ya no vale lo que antaño valía. Si sólo hay esas dos tristes verdades es
que el sistema realmente no vela por nuestros intereses. Algo falla.
¿Quién se quejó cuando el Brexit llegó
incitando no sólo el odio si no el aislamiento político y económico y se
atrevió a llorar en voz alta cuando no dio su voto? ¿Qué hacemos con nuestra
voz que ni es capaz de alzarse en momentos en los que debe, pero sigue a la
masa una vez el desastre ya ha ocurrido?¿No os suena de antaño? Por miedo, por
pereza, por ingenuidad, repetimos los mismos patrones que una vez dejaron a las
puertas de Europa al hombre más vil.
No
comparo ni por un momento los atrocidades de Hitler con las de ahora, pero sí
me envenena ver como nuevas estrategias de matanza y de terror se superan al
hacer público imágenes vergonzosas de muertos y heridos. Esta insensibilidad
ante el desastre y la estupidez humana de dar al terrorismo lo que quiere lleva
la consecuencia de incrementar el odio y establecer medidas poco pensadas. Cuando
antes la ingenuidad nos llevó a la guerra, ahora ésta perdida nos hace
escépticos a cualquier medida, pero los extremos tampoco son ideales en tiempos
de conflicto, el equilibrio, por muy difícil que parezca es la única meta a
alcanzar: ni el liberalismo extremo ni la derecha más férrea son válidos.
Lo que más llama la atención de estos
conflictos es su durabilidad. Si bien antes la guerra acababa, ahora se prolongan
subterráneos los años, y en silencio, incrementan las tensiones que un día
provocarán aún más muertes de las que ya hay hoy en día. Europa siempre se
mantiene alejada hasta que la violencia llama a su puerta y no tiene más
remedio que defenderse. De nuevo,
volvemos a esta situación, en vez de haber promovido la humanidad y el respeto,
dejamos de lado a aquellos cuyos temas no interesan económicamente.
Pero el problema es que no estamos en
acorde con nuestros políticos, por tanto, se toman unas medidas que dejan de
lado a ese espectador insensible. En vez de controlar sus actos, este
espectador se somete a una sentencia por internet donde miles de personas
anónimas le destrozan llamándole cruel e irresponsable. El gobierno entonces
fija su mira en estas personas y acaba por olvidar qué debe realmente hacer
para frenar el terrorismo. En cambio, debe estar atento a cualquier imbécil con
su cámara para parar la difusión de unas imágenes que sólo orgullecen la
ridiculez que es el terrorismo. Lo que más me estremece, y seguro que a ti
también, son aquellas personas que después de las pérdidas horribles en
Barcelona, en Tejas, en Cuba, en Miami, en Londres, aún tienen la sangre de
insultar al que yace muerto bajo la rueda de un camión, al niño que muere sin
entender siquiera el por qué o al turista cuyo destino se ha visto entrelazado
con el decepcionante desenlace de la brutalidad. Esas personas provistas ya no
sólo de sensibilidad, sino de humanidad, hastiadas de su propia insignificancia
y deseosas de ver arder a la gente a cambio de un poco de atención sobre sí
mismos.
He llegado a ver comentarios como un ‘se
lo merecían por Catalanes’. ¿Hemos olvidado la riqueza cultural que nos ha dado
Cataluña? ¿Ya hemos olvidado a aquel Pedrell que luchó contra la titánica
figura de Hanslick en Viena y defendió la cultura española? ¿Hemos olvidado ya
la energía catalana que tanto sorprendió al crítico Francés Henri Collet? ¿O al
filósofo Católico Josep Torras i Bagés con su merecida comparación a un
Lamennais?
Aquellos que con bromas se lanzan a
reírse de miserias y a unirlo erróneamente con la política no alcanzan a ver el
daño creciente que causan. Me apena comprobar lo rápido que se olvida, lo
rápido que avanzamos, como siempre lo ha hecho el hombre, a oscuras. Si Zweig
me ha enseñado algo en estos días es a ver cada nación como un tesoro único,
que debemos acoger a aquellos refugiados que como él, no son asesinos ni
ladrones a no ser que su gobierno, una docena de hombres, sea capaz de aplastar
la vida de muchos por razones que ni ellos mismos desean entender, ¡una docena!
Es normal que el instinto de supervivencia les sobrevenga, ¿qué no harías tú
por ver a tu hermano o hermana, hijos o cónyuge volver a comer algo? Ese puñado
de hombres son y siempre han sido los verdaderos enemigos, sus tratos ocultos,
que sacan el mayor provecho personal, no tienen nada que ver ni contigo ni
conmigo. ¿Y qué hacemos nosotros mientras? Atiborrarnos con sus productos,
consumir, ignorar el desastre al ponernos un video de gatitos que nos alivie un
poco, dejar de lado el coraje y la vida misma que siempre ha exigido una
batalla. Siempre he tenido fe en la humanidad. Sin ir más lejos este verano he
comprobado atónita los miles de talentos ocultos que tiene la gente, que no
saca por miedo a la hipercrítica de hoy en día. Pero precisamente todos tenemos
un talento, y por ello debemos usarlo para unir, no para separar. Como Hitler
hizo con Beethoven, el amante más libre de la humanidad, al ponerlo de rodillas
para sus atroces actos antisemitas y barbáricos.
Hago un llamamiento a la gente de mi
generación y todo aquel que desee luchar contra la apolítica que vivimos ahora,
que despertemos de este sueño por el que millones y millones de hombres han
dado sus vidas, por esas mujeres que se quedaban en casa rascando las migas del
día anterior para el hijo demasiado joven para luchar. ¿Les hemos olvidado ya?
Aquí no hay histerismos, ni se pretende: de muchos he aprendido lo terrible que
puede ser la indiferencia.
Por eso la labor de los artistas, tanto
hoy como ayer, es de unirse contra el neo-fascismo y la violencia, contra los
agitadores terroristas, ayudar al joven indeciso que se une a un grupo
yihadista. Es de hacer ver de nuevo la importancia de la cultura en la
sociedad, y unirnos todos de una vez ante amenazas que juran durar décadas. El
mundo islámico lleva siglos con disputas, por ello, como humanos responsables
debemos dar cobijo a esas personas que llegan de grandes y hermosos países,
donde su cultura es muy desconocida todavía hoy en Europa, y por ello pensamos
que no tenemos nada en común. Hoy en día el artista es aquel que se vende por
más dinero a una empresa, en vez de llevar el mensaje de la tolerancia allá
donde va.
La opinión de los artistas y sus actos, a
pesar de haber disminuido su moral, sigue siendo de tanta importancia como
antes. Zweig nos relata como artistas de todo tipo se reunían para aplacar el
nacionalsocialismo. La pregunta es, ¿a día de hoy, que hacen nuestros artistas?
Yacen ajenos a todo el mundo, donando de vez en cuando y apaciguando las fauces
del periodismo sensacionalista. No es suficiente. Pues ellos tienen la labor de
ser responsables también, cada uno a su manera, de reaccionar ante un mundo que
de nuevo tiembla confuso en la oscuridad y donde toda opinión causa heridas en
la sensibilidad. La hipersensibilidad de nuestros días no es más que el fruto
de una seguridad que se ve ahora mermada, de la comodidad. Yo escribo esto
tranquila en mi casa, no vivo una guerra, no he vivido hambrunas, pero no
significa que me importe menos, al contrario, aquellos que vivimos bien tenemos
mucha más responsabilidad cara a los conflictos. Y si el individuo no despierta
de una vez y vuelve a defender nuestros valores como humanos, no sirve de nada
ante los apogeos de un sólo hombre. Porque sí, uno sólo, como nos ha demostrado
la historia, es suficiente para tambalear al mundo. Imagínate de lo que es
capaz esa docena de hombres…
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