Cruce de caminos
Cuando Ethan Davis atravesó la puerta del Bambara’s Place en
algún remoto páramo del sur de los Estados Unidos, con sus botines gastados, una
maltrecha guitarra y menos de un dólar en su bolsillo, los pocos clientes de
aquel tugurio se giraron para observarle. No eran más de cuatro contando al
camarero y la irrupción del desconocido parecía impedirles continuar con su
conversación. Ethan tomó asiento en una
roída silla mientras apoyaba la funda que contenía el instrumento contra la
cochambrosa pared del local, ajeno a la expectación que había despertado.
Pasaron unos minutos hasta que todo volvió a la normalidad.
Los tres parroquianos volvieron a alzar la voz y a seguir divagando sobre temas
intrascendentes. El camarero, harto de esperar a que el joven músico pidiese
algo, vociferó por todo el antro preguntando él mismo. Ethan, ensimismado en
sus pensamientos, se sobresaltó y a continuación le requirió al tabernero de
estentórea voz su licor más barato. Éste, que no le hubiese recomendado ni a su
peor enemigo semejante mejunje, comenzó a verter lentamente una botella gris
mate en un pequeño vaso de cristal amarillento. Cuando el camarero se lo
sirvió, Ethan lo olisqueó y a continuación, como sabia que no podía permitirse
nada mejor, se dispuso a tragar sin recelos aquella fétida bebida para después
pedir otro.
Fred, un trabajador de una granja cercana que solía pasar las
tardes encerrado en aquel lugar bebiendo el mismo licor, miraba de reojo cada
vez que podía al muchacho sentado al lado de la pared. Sin previo aviso se
levantó de su taburete y caminó tambaleándose hasta caer rendido en una de las
sillas de la mesa de Ethan. Esta vez el joven no se sobresaltó pues había
tenido tiempo de sobra para ver como el viejo Fred avanzaba lentamente hacia
el.
- ¿Qué haces por esta parte de Mississippi? – le espetó sin
contemplaciones.
- Soy músico, viajo de pueblo en pueblo ganando algo de
calderilla.
- ¿Qué clase de músico?
- El que haga falta, toco todo lo que me pidan – contestó
Ethan con gran entusiasmo – normalmente trabajo por un plato de comida un par
de cervezas y la buena voluntad de la gente.
- Habla con Doney, es ese gordo de detrás de la barra –
mientras lo decía señaló al camarero que antes le había servido - ¿por
casualidad no estarás buscando el cruce entre la Autopista 61 y la 49 de
Clarksdale?
A Ethan le extrañó la pregunta pero aun así no era lo más
raro que le habían preguntado en su vida.
- Tenía pensado dirigirme al oeste y no al norte.
- Sabia decisión.
Nada mas decirlo se levantó y con los mismos movimientos con
los que había llegado a la mesa del guitarrista avanzó hasta su taburete. Esto
dejó al muchacho sumido en un hervidero de dudas. ¿Qué ocurría en Clarksdale
que debía evitar? ¿Por qué en el cruce de la 61 con la 49? Se dispuso a
averiguarlo. Miro de reojo su guitarra y avanzó convencido hasta donde el
pequeño grupo de hombres cuchicheaba.
- ¿Qué es lo que ocurre en Clarksdale que obliga a un anciano
a levantarse de su taburete e interrogar a un desconocido?
Fred se frotó la frente para despejarla del espeso sudor
provocado por el caluroso clima veraniego pero no contestó. Sí lo hizo en su
lugar el hombre sentado a su derecha.
- No es un lugar seguro, y menos para idiotas que se pavonean
de su guitarra por las carreteras cercanas. Todo el mundo lo sabe y más desde
que Johnson armase tal jaleo.
- ¿Se refiere a Robert Johnson? – dijo Ethan.
- El mismo.
El joven había oído historias de un guitarrista extremadamente
popular por aquella zona hacía unos años, pero en cada pueblo que pisaba le conocían
por un nombre distinto al anterior; unas veces era Robert Saxton, otras Robert
Dusty, o bien Tommy Johnson. La lista era interminable. Ethan le conocía como
Robert Johnson porque era el nombre más repetido desde que lo escuchó por
primera vez. La gente sólo coincidía en una cosa: era el guitarrista más
virtuoso que jamás habían visto.
- El mismísimo Lucifer le atacó cerca de Clarksdale. Iba
vagabundeando con su guitarra, como tú – esta vez el que hablaba era el hombre
mas alejado de los otros dos.
- Nadie le atacó Leon –refunfuñó Fred – el tipo vendió su
alma al diablo.
- Si, todo el mundo lo sabe. Johnson era un negado hasta que
volvió después de un año desaparecido tocando como un poseso y tirandose a todo
lo que se movía – dijo el hombre sin nombre.
- Johnson tocaba blues, la música del alma. Es imposible que
vendiese su alma a nadie porque de lo contrario no podría atinar con las
cuerdas – contestó Ethan de forma un tanto romántica.
- Cuéntale lo que oíste Sam – interrumpió el robusto camarero
dirigiéndose al único hombre cuyo nombre todavía no se había pronunciado.
- Oí que Johnson no era muy bueno con la guitarra, mas bien
pésimo. Incluso intentó que Son House y Willie Brown le diesen algunos consejos
pero estos se negaron nada mas verle rozar la guitarra. El pobre chaval se pasó
una larga temporada siguiéndoles de bar en bar, intentando aprender algo pero
fue incapaz de mejorar lo mas mínimo. Fue entonces cuando desapareció, sin
dejar rastro. Pasado un año volvió y su destreza con la guitarra parecía no
tener rival, ni siquiera Son o Willie podían hacerle frente.
- En Grady escuché que se pasó todo ese año practicando con
Ike Zimmerman. Tocaban la guitarra en un cementerio cerca de la casa de Ike
para no molestar a nadie. Un año practicando con una leyenda debe de volver
bueno a cualquiera – añadió Ethan.
- No, no – contesto rápidamente Sam – un año da
para mucho, pero no te convierte en un virtuoso de la guitarra. Vi una vez
tocar a Johnson en un bareto cerca de Nueva Orleans y aquello no era normal,
créeme. Ese enano tocaba mejor que todos los músicos del Delta juntos; podía
memorizar cualquier canción que sonase en la radio sin ni siquiera prestar
atención.
»Luego está el pacto. Fuese donde
fuese siempre alardeaba de su pacto con Satanás, lo decía así, a la ligera.
Pero nunca daba detalles. ¡Yo mismo le escuché decirlo a los cuatro vientos dos
o tres veces! . Después de la función él y otro negro pasaron unos sombreros
que acabaron hasta arriba de monedas. Cuando la gente empezó a irse Johnson ya
llevaba media botella de Whiskey y no dejaba de parlotear con el camarero. Le
echaba en cara la falta de chicas bonitas en su local. Cuando se terminó la
botella solo quedábamos tres personas ahí: yo, el camarero y Johnson.
»Pasado un rato se pusieron a hablar de
aquel pacto demoniaco debido a la insistencia del camarero. Johnson no podía
articular bien las palabras pero recuerdo perfectamente lo que dijo: “Si quieres tocar la guitarra
como yo ve donde se cruzan los caminos, toca algo y espera. Pronto aparecerá un
hombre que te hará la siguiente pregunta: ¿de
donde vienes?. Dile que es lo que te atormenta. Yo le relaté mi mala
fortuna con la música y entonces tomó mi guitarra la afinó y me la devolvió
mientras decía Yo vengo de recorrer la
tierra y de andar por ella. Así fue como aprendí a tocar todo lo que quiero”.
A los pocos minutos Johnson se fue del bar con su guitarra al hombro y a mi me
echaron.
»Meses más tarde encontraron el
cuerpo de Johnson sin vida tirado en una cuneta, nunca se supo de que murió.
Tenía veintisiete años cuando abandonó este mundo a Dios sabe cual.
Sam dejó de hablar y dio un gran sorbo al vaso que
tenía delante. Todos los presentes esperaron hasta que el silencio se volvió
incomodo.
- ¡Lo que yo decía, le atacó! – gritó Leon.
Durante las horas siguientes dejaron de hablar de
la leyenda de Robert Johnson y se centraron en beber. Ethan intentó por todos
los medios conseguir que el tabernero le dejase actuar en su local pero solo recibió
negativas. Cuando anocheció, el joven abandonó el Bambara’s Place con menos
dinero del que tenía cuando entró y borracho como una cuba. Antes de partir el
terco camarero le facilitó algunas indicaciones para llegar a una pequeña casa
al norte donde seria bien recibido.
Estuvo vagando durante horas por los polvorientos
caminos de aquella tierra apartada de la mano de Dios, hasta que se convenció a
si mismo de que estaba perdido. Achacó su falta de cuidado a los efectos de
aquella bebida pestilente que ahora le aturdía el cerebro. Fue entonces cuando distinguió
en la cerrada noche sureña una tímida luz a un lado del camino. No se lo pensó
dos veces y se acercó jadeante a lo que pronto se le presentó como un pequeño
campamento dotado de una improvisada tienda y un fuego. Junto a este se encontraba
agazapado una silueta harapienta de lo que parecía un vagabundo. Ethan le
explicó que se había perdido y que venía del Bambara’s Place a unos escasos
tres kilómetros según sus cálculos, teniendo en cuenta el rodeo dado. El
vagabundo se limitó a avivar el fuego sin contestar. El joven guitarrista insistió pero el
resultado fue el mismo. Exasperado por la situación decidió alejarse lo máximo
que pudo de aquel hombre para así encontrar un lugar tranquilo en el que
descansar bajo el encapotado cielo.
Llevaba todo el camino pensando en Robert Johnson y
en su pacto. Se preguntaba si él seria capaz de llegar al mismo trato. Lo
cierto es que envidiaba todos aquellos músicos que actuaban en grandes
ciudades, comían lo que querían día tras día y se rodeaban de chicas que ni
siquiera se hubiesen dignado a mirarle aunque les fuera la vida en ello. Él se
tenía que conformar con actuar en bares infestados de cucarachas o en prostíbulos
baratos por cuatro monedas y en ocasiones un plato de sopa. Pensaba todo esto cuando
sus fuerzas empezaron a decaer y decidió que había llegado el momento de
acampar.
Pero algo le impidió hacerlo. Una voz a sus
espaldas hizo que todo su cuerpo quedase petrificado. Noto la funda de su
guitarra sorprendentemente ligera y la dejo caer mientras lentamente giraba
sobre si mismo para mirar al extraño caminante de la noche. Sólo pudo
distinguir los mismos harapos del vagabundo que antes le había ignorado. Su voz
era grave pero armoniosa y traía consigo una simple frase que Ethan no olvidara
jamás: “Vengo de recorrer la tierra y de
andar por ella”.
Early this mornin’,
When you knocked upon my door
And I said hello Satan
I believe it's time to go
Escrito por D. Drustan
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